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Las tiendas de #SinHambre para los pobres, caras y con ocultamiento de productos

De la lista de 14 alimentos básicos, algunos están restringidos, pese a que se encuentran en bodegas



En el Centro Diconsa de la colonia Francisco I. Madero, las familias juarenses que sufren pobreza extrema ya están acostumbradas a hacer fila y esperar por horas para recibir apoyos alimentarios, sin embargo, no alcanzaron huevo y frijoles, dos de los alimentos cotidianos en su mesa.

Ayer, a pesar del frío, decenas de personas se aglomeraron en el lugar para recargar las tarjetas de apoyo alimentario del programa Sin Hambre, que en Ciudad Juárez alcanza a cubrir a unas 27 mil familias, poco más de 100 mil habitantes, de los 400 mil que conforman los polígonos de pobreza.

Después de la recarga en la tarjeta pasaban a la compra de productos. Una lista de 14 alimentos estaba disponible, excepto los huevos y el frijol, que no habían sido autorizados para su entrega, a pesar de que ya estaban puestos en la bodega.

Carmen Contreras, madre de tres hijos y trabajadora de maquiladora desde hace 15 años, se trasladó desde la colonia Felipe Ángeles para recoger el beneficio.

“Ahorita lo que no hay es huevo, pero el lunes lo van a dar”, expresó mientras acomodaba la mercancía en bolsas, para llevarlas a su casa en Arroyo del Mimbre y Miraflores.

El procedimiento, que como Carmen debieron seguir los usuarios, era relativamente sencillo.

Primero pasaban a recargar las tarjetas y enseguida surtían la despensa en una bodega habilitada ahí mismo por Diconsa.

Otra trabajadora de maquila, Susana Martínez, con tres hijos que mantener, también recibe alimentos con la tarjeta Sin Hambre, pero lo que le dan apenas le alcanza.

“Pos no me dura mucho, como dos semanas”, advierte después de acomodar la mercancía para llevarla a su domicilio.

El tramo que recorre es largo, porque vive en la colonia Rancho Anapra, una de las más pobres y alejadas de la ciudad.

Ella llevó aceite, leche, sardina, arroz, avena, café y atún; el lunes regresará por el frijol y los huevos.
Son lentas las horas cuando hay que esperar turno para recibir comida. La fila acumuló hasta 200 personas que acudieron de distintos puntos de la ciudad.

En la jornada que inició formalmente desde el viernes –dia en que la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) depositó los recursos– se limitó el surtido por producto, de acuerdo con la existencia en almacén.
De la lista de alimentos disponibles, podían llevar hasta 4 bolsas de avena, 15 latas de atún, 20 paquetes de harina, y 7 botellas de aceite.

En cuanto a leche, Maseca, sardina, chile y Nescafé, hasta el mediodia, no había limitante, pero conforme pasaran las horas y se fueran terminando los productos, aumentaría la restricción de número de productos por persona.

Se formaron dos filas. Una para pasar a hacer la “recarga” del recurso económico y la otra para pedir los productos que decidieran “comprar” de la lista disponible.

En el patio exterior del Centro Comunitario se formaron, teniendo la preferencia mujeres embarazadas, personas con discapacidad y adultos mayores.

Iban pasando de cinco en cinco a un local cerrado de unos veinte metros cuadrados, en donde eran atendidos por un grupo de seis mujeres.

Una se encargaba de las terminales de recarga y cinco estaban ubicadas en pequeñas mesas con computadora, habilitadas como cajas.

Ahí se hacía el cobro respectivo con terminales electrónicas, similares a las que se usan para el pago con tarjeta de crédito o débito, en establecimientos comerciales.




Una vez con su ticket de compra impreso, las personas, en su mayoría mujeres, pasaban a la bodega, donde un equipo de tres hombres se encargaban de surtirles.

El personal masculino sacaba los alimentos en carritos de supermercado y los entregaba a cada beneficiario, quien, a su vez, los iba acomodando en costales, bolsas de mercado o canastas con ruedas.

Las miradas de quienes estaban haciendo fila apuntaban a las decenas de cajas de huevo que estaban apiladas en la bodega.

¿Por qué no están dando los huevos ahorita?, preguntaban algunos. Nadie les contestó.

A pesar de que hubo quienes se quejaban de que el apoyo no era suficiente, para otros, como Marco de Santiago y Elizabeth Guajardo, lo recibido significó –literalmente– mitigar días de hambre para sus hijos.
Marco gana apenas mil 400 pesos al mes en una fábrica, y junto con Elizabeth tienen que mantener a cuatro hijos.

“Me ayuda mucho, porque con lo poquito que le dan a uno pos’ no alcanzaba, y ahorita pos’ ya sí le doy a mis hijos, pues hace tiempo no comían casi”, expresó Elizabeth, tapada la boca con una bufanda gris.
El esposo sabe bien de qué habla la mujer.

“Para ellos (los hijos y la mujer) está bien, porque no le doy mucho que digamos para el sustento de la familia”, reconoce mientras caminan a tomar el camión que los llevará a su domicilio en la colonia Pípila, pasando el Barrio Alto.

Mientras están parados en la esquina de las calles Porfirio Parra y Juan Balderas, el arrabal se extiende más allá de donde alcanza la mirada, con sus casas de adobe y su desigualdad.

La lista de precios exhibida en el área de cajas, explica por sí sola por qué los mil 100 pesos que se otorgan cada dos meses, no alcanzan para mucho.

Los precios por producto son 27.72 pesos la caja de avena, 6.00 pesos la lata de chile, 20.50 pesos lata de sardinas, 10.00 pesos la bolsa de harina de trigo, 12.00 pesos el kilo de arroz, 41.00 pesos el frasco de Nescafé, apenas unos centavos por abajo del costo en supermercados o mercados.

Otros productos cuestan 18.50 pesos, la bolsa de leche en polvo; 8.00 pesos la lata de atún en agua, 9.00 pesos la lata de atún en aceite, 51.00 pesos la lata de leche Nido, 9.50 el kilo de Maseca, 52.00 pesos el frasco de Nescafé con taza de regalo y 26.00 pesos el litro de aceite.

Con información de Norte Digital

Anon Hispano

Colectivo ciudadano de información y análisis. Google

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